Entre la marea y el silencio
Fotografiar a alguien que vive desde la conexión espiritual no es simplemente retratar un rostro: es acompañar una energía que se mueve con el viento. Hay personas que, al mirarlas, no hace falta hablar, basta observar cómo su presencia se integra con el entorno, cómo respiran al mismo ritmo que la tierra. En esta sesión, cerca de la costa de Telde, tuve la sensación de que el paisaje y el retratado se reconocían mutuamente, como si ya se hubieran encontrado antes en otra vida.

Sentir
El día amaneció con una luz suave, esa que parece querer decir algo sin pronunciar palabra. El mar estaba en calma, y el sonido de las olas marcaba el compás de cada movimiento. Él —guía espiritual— se movía despacio, con una serenidad que no necesitaba ser dirigida. A veces cerraba los ojos, otras simplemente dejaba que la brisa rozara su rostro.


Yo solo observaba. Esperaba. Había algo poderoso en ese espacio vacío entre los dos: los silencios tenían más peso que las palabras. En esos instantes entendí que mi tarea no era buscar la foto perfecta, sino dejar que la imagen ocurriera, como ocurre el amanecer sin que nadie lo fuerce.


Presente
Las rocas, el salitre, el sonido del viento… todo se mezcló con su forma de estar presente. Cada gesto parecía surgir de la tierra misma, cada mirada llevaba consigo una historia sin nombre. Cuando el sol comenzó a caer, la luz se volvió dorada y envolvente; fue entonces cuando el tiempo pareció detenerse. Allí entendí que no estaba fotografiando a una persona, sino un estado: el de la conexión pura entre lo humano y lo natural.
Al revisar las imágenes, no vi simples retratos.
Vi una conversación entre el alma y la materia. Me recordó por qué hago lo que hago: porque hay algo profundamente humano en querer verse tal cual uno es, sin adornos, sin expectativas.
Cada sesión como esta me enseña que la fotografía puede ser un espejo invisible: no muestra solo cómo te ves, sino cómo vibras, cómo sientes, cómo existes en el mundo cuando te permites ser.
Te invito a regalarte ese instante. A dejar que la imagen suceda.
Si alguna vez has sentido el deseo de mirarte desde ese lugar —entre la calma, el viento y la verdad que habita en ti—, quizá sea el momento de vivir tu propia experiencia frente a mi cámara. No para posar, sino para encontrarte.
Detrás de cámara

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